domingo, septiembre 10, 2006

El Día que más Odio del Año

Definitivamente, el 11 de septiembre es el día que más detesto. Sé que no soy el único, que hay miles y miles de personas que en este día se entristecen. Algunos por haber perdido seres queridos, otros porque se involucran dentro del significado político que se le dió al conocido atentado. Yo tengo mis razones también. No sé si coincidan con las de ustedes. Igual las comparto a continuación.

Creo que el inicio de mi buena época se dió en 1989, con la caída del muro en Berlín. Recuerdo que mis compañeros y yo fuimos llevados a la bilbioteca del Colegio Alemán, a ver las celebraciones, en vivo y en directo, por C.N.N. Recuerdo que los profesores alemanes veían tal evento emocionados, uno de ellos dejaba correr una lágima bajo sus lentes, mientras sonreía. La Guerra Fría había muerto. Ya no había sobre nosotros la amenaza nuclear de "El Día Después". El mundo respiraba tranquilo. Mi generación aprendió a vivir con esa tranquilidad; y las artes se desarrollaban de manera gloriosaen ese entonces. Poco a poco vimos surgir buenas películas y buena música. Los libros y los cuadros vinieron un un poco más tarde, pero asomaron; y reflejaban la ausencia de aquel temor que imponían antes las teorías de la "Destrucción Mutua Asegurada" (M.A.D. en sus siclas, en inglés). Los pensadores y los políticos pudieron fijarse en otros asuntos, pendientes de solución, como la antigua Yugoslavia, Africa e Israel. Los sudacas la pasamos más relajados, desconociendo el relajo económico que estariamos por vivr, una vez más.

En definitiva, en ese mundo de artes y artistas crecí. Mi secundaria y mi universidad se llevaron a cabo durante ese tiempo. Fui un universitario durante toda la adminitración Clinton, contando dos años de licencia estudiantil que me tomé entre Quito y Guayaquil. Durante esa época de apertura cultural y mental, entré en el mundo de la arquitectura, en aquel fascinante arte de dibujar un espacio y volverlo realidad; no sólo observable, sino habitable.

Mi lindo Ecuador no las vio color de rosa durante esa época. Hubo una guerrucha contra Perú, dos presidentes y un vice presidente derrocados; además de un feriado bancario que nos quitó tres cuartas partes de nuestro capital. Afortundadmente, la caída económica se vió frenada por la dolarización. La migración que buscaba un mejor futuro y una mejor paga en España o Italia tuvo un aumento dramático, sin embargo. En todo caso, y como mal consuelo, no estábamos en el fondo de la olla sudamericana. El fin de siglo encontró a muchos de mis amigos viajando a Buenos Aires, quienes iban y saqueaban las tiendas de ropa, libros y música, a causa de la devaluación que padecieron allá, en el sur. La mayor parte de los ecuaches viajeros, sin embargo, seguían con rumbo a España; y no extraían libros, sino brócoli de Murcia.

En ese país crecí yo. Ni malo, ni bueno: mío. Como dijo Charly García: "Estamos en la Tierra de Nadie, ¡pero es mía!".

Me convertí en Arquitecto a 174 días del 11 de septiembre. Tenía una pierna fisurada. Era marzo. El dolor que me producía la pierna fisurada durante la defensa de mi tesis de grado no importaba. La meta que me había impuesto a mí mismo había sido alcanzada. Ahora venía el momento de concretar la visión de mi vida profesional. No se vislumbraba para nada que un evento al otro lado del mundo podría ahora arrancar la paz mental que vivía el planeta tierra.

La mañana del segundo martes de septiembre empezó muy mal para mí. Estancado en casa, a causa de una intoxicación digestiva, fui testigo -en vivo y en directo, y por cortesía de la C.N.N.- de esos dos aviones que se estrellaron contra aquellas dos torres. Cosa curiosa: cuando alguien muere, la gente tiende a olvidar los defectos del difunto. Aquel día descubrí que lo mismo le pasa a los edificios. Los cometarios sobre su insípido aspecto desaparecieron, y aquellos desaparecidos prismas de hormigón y vidrio asimilaron el valor de la tragedia humana que contuvieron durante más de 7 horas.


Con esas torres se cerró la época de libertad y tranquilidad que se había abierto con la caída del muro de Berlín. El terrorismo es motivo para mandar a la basura los derechos humanos y hacer cacerías de brujas, dignas del s.XVII. El miedo se respira en todo Occidente. EL arte calla. Las masas creen ciegamente lo que las autoridades dicen sobre los posibles culpables, y no cuestionan los intereses creados que se delatan. El mundo de ahora me es extraño por eso; porque lo reina el miedo, porque está sometido a los dos fanatismos (más al de Occidente que al de Oriente), porque se deshonra la muerte de 3000 personas al usarlas como excusa para invadir dos países y subir el precio del petróleo.

¿A dónde se fueron los días de Clinton? ¿Tan rápido se pudo borrar lu legado? ¿Qué ocurrió con la serenidad que nos inspiraban Rabin y Arafat, dándose la mano en la Casa Blanca?

Este es el mundo que le estoy ofreciendo a mi futuro hijo: más convulcionado y más contaminado; con un clima indómito. No queda más que reconstruir lo caído, no tanto para nosotros, sino para los que vendrán. Hace 5 años dos edificios colapsaron, pero no debmos dejar que con ellos se caiga el sentido común, el respeto, la tolerancia y la libertad que debemos sentir entre todos los seres humanos.

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