martes, noviembre 22, 2011

La Arquitectura de lo que llaman “Amor”.

 

“Cuando el cuerpo no espera

lo que llaman AMOR.

Más se vive y se vive.”

 

Soda Stereo, “Canción Animal”.

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Fue Mijaíl Bakunin quien alguna vez dijo, que “la Historia no es otra cosa más que la negación de la animalidad del ser humano”. Frase en mi opinión muy acertada, y a la vez muy difícil de asimilar por parte de las masas.

Los humanos negamos y rechazamos ingenuamente nuestra naturaleza animal,  ante nosotros mismos. Negamos el animal que somos,   como si tal peculiaridad degradara al nuestros orígenes,  tildándolos de inferiores o bastardos. 

Venimos haciendo esto desde hace milenios,  cambiando sutilmente los argumentos sobre el cual persistimos en negar nuestra naturaleza animal.  La expulsión de Adán y Eva del Paraíso Terrenal es una forma de excluirnos de la naturaleza. El castigo divino del Pecado Original se convierte entonces en la coartada perfecta para que la humanidad tenga tu puesto “V.I.P.”;  excluyendo a las demás criaturas de la naturaleza.  El papel de ser racional superior fue la mejor manera de divorciarnos mentalmente de la naturaleza,  durante los tiempos del Iluminismo y el Positivismo de Occidente.  En la actualidad, la ironía no puede ser mayor.  La tendencia mundial de conciencia ecológica y desarrollo sostenible hizo que nos auto-proclamemos “guardianes” y preservaciónistas de las demás criaturas “inferiores” del planeta.  Todas esas no son más que excusas maquilladas, incapaces de enjaular y esconder al animal que vemos en nuestros espejos. 

adan y eva fuera del paraiso

La razón por la cual recurrimos de manera general a tal negación tiene que ver con la prevalencia de normas morales de convivencia;  sin las cuales nos sentimos “desnudos”, incapaces e inseguros de vivir en comunidad.  Sin moral no hay comunidad, hay manada;  una estructura de convivencia muy por debajo de cualquier tipo de organización tribal, según nuestra forma racional de entender nuestra naturaleza.

Resulta obvio entonces,  que la moral se enfoque en reprimir lo más animal de nuestra naturaleza;  por muy necesario que resulte para preservar a nuestra especie. He ahí la razón por la cual la moral de todas las culturas humanas se fija en primera instancia en el sexo.

Es el sexo la máxima expresión social de nuestra animalidad.  Se las arregla para infiltrarse a través de nuestras normas sociales,  y aparece en el momento oportuno;  cuando la sociedad se reduce a los dos miembros de una pareja de seres humanos.

Ciertamente, en nuestros días,   las manifestaciones sexuales rebosan a través del internet y de la televisión por cable.  Sin embargo, más allá de su masiva difusión,  la pornografía no hace otra cosa más que resaltar la naturaleza del sexo como un tabú. Es una manifestación social del tabú, que no rompe con el tabú. 

Efectivamente, desde mediados del siglo pasado,  el sexo recién comienza a liberarse de su estigma de tabú en Occidente.  Sin embargo, tal liberación sexual se ha enfocado principalmente en la expresión sexual como temática y como manifestación de la identidad individual . El sexo como tal –como uno de los varios canales de interacción entre humanos- no ha evolucionado más allá de los planteamientos de Freud.

Sin embargo,  toda represión trae consigo una válvula de escape.  En el caso de las represiones morales sobre el sexo,  esa válvula de escape es el erotismo.

El erotismo es una manifestación “insinuada” del sexo.  Adopta su nombre de la palabra griega “EROS”, que quiere decir “AMOR ANIMAL”.  Para los griegos,  “eros” era lo que incitaba al sexo;  tanto a un ser humano como a cualquier otro tipo de animal.  Se trataba de un interés sin sentimientos,  destinado a alcanzar la cópula con quien generaba tal excitación. 

En nuestra cultura,  estas insinuaciones entrelazan lo sexual y lo emocional;  casi siempre de modo tal, que un estímulo emocional genera una reacción sexual.  Las manifestaciones del arte erótico nos cautivan,  porque se expresan discretamente;  tal como lo hacemos nosotros, cuando queremos manifestar nuestro interés sexual a alguien y mantener el orden social fuera del “escandalo” (palabra que dependiendo del tiempo y el lugar puede adquirir un significado dramáticamente diferente).

Resumiendo,  la expresión actual del sexo entre humanos es una delicada frontera entre lo animal y lo humano;  lo humano y lo divino; la liberación y el sometimiento. Su carácter ambiguo entre necesidad colectiva para nuestra perpetuación y su comprensión como medio de placer liberador individual y catárquico son la razón por la cual hemos moralizado al sexo.  Lo hemos censurado con vestimentas y lo hemos recluido a espacios de intimidad agónica.  Lo que en algunas culturas era un medio ritual para conectarse con lo metafísico, pasó a ser luego una realidad negada públicamente; y hoy es una herramienta útil para promover el consumo.

  La arquitectura ha estado vinculada -de alguna forma o de otra- con las artes,  a través de los siglos.  Arquitectura y Arte han crecido siempre de manera paralela y han compartido siempre valores,  criterios y conceptos.

Viene entonces la pregunta complicada: Se puede hablar de una “ARQUITECTURA EROTICA”; o de una “ARQUITECTURA DEL SEXO”?

Definitivamente,  una de las actividades humanas menos entendidas,  y torpemente estudiadas desde el punto de vista arquitectónico, es el sexo.

Debemos aclarar ciertas cosas.  La principal:  en el caso de los seres humanos,  el sexo ocurre por un estado mental y sincrónico ocurrido entre sus participantes.  No se trata de una consecuencia de estar en un sitio determinado.  Sin embargo,  el lugar que sirva para escenario para el encuentro sexual tiene siempre la capacidad de afectar para bien o para mal el estado mental requerido en aquel momento.

Revisando la historia de la arquitectura, nos percatamos que –salvo muy escasas excepciones- el sexo no ha sido un motivo principal para la creación arquitectónica;  pero la necesidad de la privacidad que requiere la actividad sexual sí ha dado sutiles pinceladas en las definiciones finales de muchas construcciones.

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La típica cama barroca con con cortinas es el producto de una arquitectura sin corredores;  en la que se debía atravesar una recámara para llegar a otra.

En nuestros días, solemos pensar en la tipología clásica del Hotel o del Motel,  como la primera alternativa de arquitectura del sexo.  Sin embargo,  un análisis un poco más profundo nos lleva a descartar tales casos de inmediato.  Se trata de una infraestructura destinada al alojamiento de personas, que -complementariamente- puede servir de “nido de amor”, por su calidad como espacio discreto.  El cuarto de un hotel no le gana en estos menesteres al asiento trasero de un carro.  Una analogía equivalente:  podemos satisfacer nuestra hambre en una bodega de comida,  sin que ello la convierta en un comedor.

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La propuesta “Public Love”, de Lucas Cappelli,  resulta mucho más interesante de estudiar;  por su radical propuesta de diseño arquitectónico,  proyectado con la intención de permitir encuentros sexuales “cómodos, seguros y discretos”, en pleno espacio público.  A groso modo,  se trata de una especie de cabina telefónica,  acoplada sobre una estructura giroscópica, que permite abatir a la cabina y a sus ocupantes en posición horizontal. “Public Love” se diseñó originalmente con la intención de dar comodidad y seguridad a las trabajadoras sexuales de los barrios más precarios de Barcelona;  ofreciendo una mejor alternativa a los escondrijos oscuros de la vía pública,  donde suelen tener que atender a sus clientes.

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La propuesta de Cappelli tiene el mérito de querer confrontar el problema de la sexualidad humana de manera directa y por encima del tabú; más allá de todos los reparos sociales, culturales y ergonómicos que se le puedan hacer. Desde el punto de vista social,  no es una solución para las problemática social que deben enfrentar las trabajadoras sexuales. Desde el punto de vista ergonómico, vale observar que en esa cabina no hay mucha posibilidad de variar posiciones.

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En terminos generales,  “Public Love” es un buen intento de confrontar simultáneamente al sexo y la arquitectura.  Los otros posibles antecedentes que han pretendido realizar tal amalgama, caen en la retórica de espacios y arquitecturas repletas de alegorías eróticas. No hay mejores respuestas ante la temática que se está estudiando?

La ausencia de otros antecedentes conduce entonces a otras exploraciones que cuestionen la difusa relación entre el sexo y la arquitectura;  y es así que doy con la antítesis de “Public Love”, al otro lado del planeta: la casa de los indígenas Shuar,  en el oriente ecuatoriano.

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Hasta la fecha, la documentación encontrada nos indica que la casa Shuar es una tipología arquitectónica que no tiene al sexo como una actividad considerada en su espectro de programas.  Para los Shuar,  el sexo es algo que se puede dar con más discreción en los selváticos exteriores, que en el interior de una casa llena de familiares.  El exterior se vuelve un espacio privado e íntimo,  mientras el interior se transforma en el nodo de encuentro público y social.  El exterior se convierte en una recámara de hotel;  mientras que la casa cumple con el rol de una plaza cívica.  Se trata de una relación espacial difícil de entender en primera instancia, pero fascinante.

Las conclusiones se vuelven más sencillas.  Pretender hacer una arquitectura para que el sexo es semejante a  pretender la proyección de una arquitectura para conversar.  Podemos generar espacios de encuentro que inciten a la conversación.  De igual manera,  se pueden construir rincones que resulten predilectos para los amantes;  pero no podemos confrontar el sexo como un problema a ser resuelto por la arquitectura.  Eso sería caer nuevamente en la falsa e ingenua pretensión de usar nuestra razón para aplacar nuestra animalidad.