El tiempo ha pasado, no sin ser sentido. Pero en esta ocasión, las prisas, los afanes, las angustias, los problemas y las soluciones no me han permitido estar consciente de la transformación en la que he estado participando desde hace ya más de dos años. El día de ayer se abrió de manera completa el Terminal Terrestre de Guayaquil, y me impresiona ver el contraste entre esta foto que tomé a fines del año pasado y la que tomé apenas esta semana.
Foto a fines del 2006.
Foto de esta semana.
Ambas fotos fueron tomadas en el mismo lugar. Confieso que el contraste me impacta. Comparto con ustedes la maravillosa conmoción que sentimos los involucrados en el mundo de la construcción y la arquitectura, cuando vemos un proyecto incubándose en los planos arquitectónicos y terminamos rememorando esos días con nostalgía, al percatarnos que la obra ya está hecha, que tiene vida propia, que ella seguirá su curso de ahora en adelante, por sí sola.
Curiosamente, el Terminal Terrestre no es el único que se ha visto transformado. El bohemio inquieto que empezó la residencia arquitectónica del proyecto no es el mismo. Ahora es hombre de familia, con esposa e hijo. Tiene menos pelo que antes, y el stress se ha comido un poco esas libritas de más. El tiempo no pasa vano, y no sólo pasa para el hormigón en fragua.
A todos los amigos que he podido hacer en esta experiencia, ¡gracias! Por el apoyo, por la paciencia, por lo enseñado, por lo compartido, por todo.
Este proyecto pronto dejará de estar en mis manos. Dios mediante, vendrán otros más; con nuevos problemas, nuevos compañeros de trabajo y nuevos desafíos. Pero los de aquí, los del Terminal Terrestre, se quedarán conmigo, y me acompañarán en los proyectos que vengan en el futuro.
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