En la medianoche del pasado jueves, el Terminal debía tener su paz habitual, entre buses dormidos y guardianes desvelados, hubo una particular reunión. Dicha reunión no tenía nada que ver con alguna actividad constructiva. Tampoco se trataba de atrapar al "perro sin cabeza" que pena por el sótano del edificio, según dicen los obreros. Se trataba de un espectáculo poco usual. El avión más grande del mundo iba a aterrizar en Guayaquil.
Se trata del "Antonov", un dinosaurio volador de la Guerra Fría. Mientras el Occidente Capitalista estaba preocupado por la velocidad, la franja soviética estaba pendiente de las capacidades de carga. Requerían capacidad de transportar su infraestructura con facilidad. El Antonov era en su momento la vanguardia de la aviación rusa; una suerte de respuesta tecnológica frente al 747 o al Concorde. A diferencia de éste último, el Antonov aún sobrevuela por los cielos, muy a pesar de su vetustez y su poca actualización tecnológica. En lo que se refiere a carga, se puede decir que no importa cuán inteligente sea la mula, sino que cargue. Eso explica que sea un Antonov el transporte requerido por una multinacional para traer un respuesto industrial de gran escala, desde Shangay.
La rampa sur del Terminal dejó de ser por un rato el hogar de palomas, murciélagos y gomeritos, para convertirse en una torre de observación y filmación del Antonov. Un grupo tan variado como divertido: un comunicador vasco, varios ejecutivos de la empresa a cargo del flete, Erick (mi asistente, más conocido en el bajo mundo de la construcción como "Comegato") y sus hermanos. Eso incluía a su hermana Norka, cantante de música electrónica.
Al rato, tras los gritos e insultos del vasco, vimos aparecer en el aire, justo detrás del Terminal una enorme ballena blanca, que se disponía a tomar pista. Ver a este armatoste, que ocupa en el espacio un volumen semejante al 75% del terminal, es impresionante. Ante la cámara de Joseph Madrid había un dinosaurio volador de metal, que tocaba suelo en tierras guayacas, con una valiosa carga en su interior. Más emocionante debe haber sido la filamción que realizó el camarógrafo que parqueó su carro entre el río y la pista. Vieron al Antonov convertirse de un diminuto punto de luz a un enorme mastodonte volador. Él tuvo que arrodillarse para no dejarse tumbar por el estrépido del avión. Como resultado, consiguió una toma magistral. El Antonov de frente a la cámara, en dirección a ella. Una aproximación amenazadora, que terminó con un paneo genial de la panza de la ballena voladora.
La emoción compartida o se quedó callada. Gritábamos de todo: "¡Es una ballena!", "Qué bestia esa pendejada!" ymuchas otras ,más.
El evento del aterrizaje duró poco, pero el asombro nos hizo quedar un poco más; ver cómo el avión se aproximaba al aeropuerto y abría su enorme nariz para evacuar su carga. Mientras estas cosas acontecían, elucubrábamos sobre muchas cosas al respecto. El avión había despedo de Shangay el pasado 4 de junio, y llegó a Guayaquil, 3 días después. Tras una breve escala técnica en Houston, voló directamente ha Guayaquil. Imaginábamos la vida del piloto. " Ese man ha de ganar BASTANTE billete!" dijo alguien; a lo que otro respondió "Eso no es salario. ¡Es la compensación por una vida perdida en el aire!".
Aquella aeronave jurásica despegó al siguiente día. Verlo con la luz de la tarde era mucho más revelador. En esa ocasión, sólo estuvimos los miembros de la obra para despedirlo. Se lo podía comparar con el edificio del Terminal. El alerón de la cola pasaba po encima de las cubiertas metálicas, tranquilamente. Tomó pista frente a nosotros. Los vehículos que circulaban en la av. Benjamín Rosales se detenían a ver ese show gratuito. La fuerza de las turbinas llegó incluso a romper un letero de la vía. Después de una prolongada espera, el Antonov tomó pista y despegó. Era una movida pesada sobre el asfalto. Carecía de de velocidad y de gracia. Lo vimos dirigirse hacia la ciudad, en línea recta, dibujando una pendiente inclinada más horizontal que vertical. Superó con éxito la altura de los edificios y viró hacia el cerro de bellavista. El avión más grande del mundo se había convertido ante nuestros ojos en un punto gris, que camuflaba perfectamente su enormidad.
Conversando con una persona muy cercana, le comentaba el entusiasmo que tenía, previo al aterrizaje de dicho aparato. En algún momento, confesé mi extrañeza por sorprenderme por ese tipo de eventos. "Por suerte, aún preservas esa capacidad de asombro", me respondieron. Debo admitir que sí. Si no hubieran eventos que rompieran nuestra monotonía, ¿qué sería de nuestras vidas? Agradezco, en todo caso, que haya algo; una película, un libro, o un enorme avión. El Principito reubicaba la silla en su planeta, para ver más puestas de sol. Yo creo que de vez en cuando, me asomaré a la rampa sur, a ver si hay un aterrizaje que valga la pena.
3 comentarios:
Dunn,
Que buena crónica! Deberías publicarla!
si estuvo chevere ver ese avion gigante aterrizar... !
Excelente tu cronica, pero y el video?? no hay que ser egoistas hombre! Saludos desde México
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