Este próximo viernes, cumpliré año y medio a cargo de la Residencia Arquitectónica en la remodelación del Terminal Terrestre de Guayaquil. Tengo aún la impresión de que esto apenas ha empezado, sin embargo, no se pueden negar los avances del proyecto.
En lo personal, inicié en este cargo como un gran desafío, agradecido con quienes me escogieron para este cargo, dando lo mejor de mí. Por su escala, visualicé este proyecto como una suerte de postgrado en construcción. No me equivoqué. Es un proyecto en el que hay que poner todos los conocimientos de otros proyectos de manera simultánea y coordinada; además de aprender nuevas técnicas constructivas que no son utilizadas muy a menudo en nuestra ciudad.
Actualmente, confieso tener un nivel de stress muy por encima de lo acostumbrado. Este cargo es semejante al de un controlador de tráfico aéreo. La diferencia está en que -en lugar de aviones- debo evitar que los subocntratistas choquen entre sí. Estoy conciente que la tensión en la obra se incrementará, a medida que el tiempo de entrega se acerca. Habrá que resistirlo. De igual manera, resisto ahora -y resitiré- la nostalgia que siento por el diseño, muy alejado de mí por este cargo a tiempo completo. Podría decirse que la recompensa la tendré cuando vea este terminal. A eso hay que sumerle las recompensas que te dan los avances de la obra y -definitvamente- sin importar cuán stressado o molido se llegue a casa, la mejor recompensa está en esta sonrisa.
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